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Cuando el enemigo es el clima

Varios destinos turísticos están viendo afectada su operatoria habitual producto del cambio climático. Por otro lado, la propia actividad está acusada de contribuir en la emisión de dióxido de carbono, uno de los principales responsables del efecto invernadero.

Está claro que se está produciendo un cambio en el clima. Parte de la ciencia sostiene que no hay mediciones históricas de largo plazo (más de 200 o 300 años) que nos permitan saber fidedignamente si este incremento que vivimos hoy de las temperaturas promedio a nivel global, por ejemplo, no corresponden en realidad a un ciclo “natural” del planeta. Sin embargo, sí está claro que el nivel de depredación y consumo de los recursos y ambientes naturales que realiza la humanidad sobre el planeta no tiene antecedentes y está llegando a niveles récord. Es indiscutible que hoy somos una población mucho mayor y más expandida geográficamente que en el siglo VI, en el XII o en el XVII, por citar ejemplos.

Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio ambiente asegura que la extracción de materiales primarios se ha triplicado en los últimos cuarenta años. En 1970, se extraían cerca de 22 mil millones de materiales primarios de la Tierra, incluidos metales, combustibles fósiles (carbón, petróleo) y otros recursos naturales (madera). En 2010, esa cifra trepó hasta los 70 mil millones. Y el trabajo traza una previsión que indica que para 2050 necesitaremos unos 180 mil millones. “Los hábitos de producción y consumo actuales son claramente insostenibles, y necesitamos urgentemente redirigir el problema, antes de que agotemos irreversiblemente los recursos que alimentan nuestras economías”, dice el informe. Este problema es suficiente para generar cambios ambientales e impactos considerables sobre el medio ambiente global para que la conducta del clima cambie. Sobre todo porque la extracción marca, indivisiblemente, un incremento también de la producción y el consumo, con lo cual las emisiones de dióxido de carbono debieran haber crecido solamente para continuar con este círculo vicioso, más allá de toda consideración de comportamiento cíclico propio del planeta.

En el mismo sentido, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) acaba de difundir un informe donde asegura que este 2019, la emisión de gases de efecto invernadero marcaron un nuevo récord. La concentración de dióxido de carbono (CO²) alcanzó las 408 partes por millón (ppm) el año pasado, tras haber sido de 405 ppm en 2017. La OMM recordó además que en 2015 se sobrepasó el simbólico techo de las 400 ppm. De hecho, según cálculos científicos, en los últimos 800 mil años, las concentraciones de dióxido de carbono no superaron las 300 ppm. Se produjo un pico en 1950, llegando a las 400 ppm y como dijimos antes se batió definitivamente la marca en 2015.

El dato contrasta con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), que aseguró que es preciso reducir las emisiones mundiales un 7,6% por año, de modo sostenido durante la próxima década.

Las dos lecturas del turismo.

En la relación con el medio ambiente, el turismo tiene en general la misma lectura. Se habla mucho de la sustentabilidad de la actividad y todo lo que ella puede hacer para morigerar su propio impacto en el medio ambiente. Desde medidas de mitigación, restricción de la capacidad de carga de los destinos y la aplicación de tecnología inteligente para reducir emisiones contaminantes: no son pocas cosas las que el turismo puede hacer para contribuir a un esfuerzo global.

Sin embargo, cuando hablamos del impacto del cambio climático, hablamos de algo que excede a los destinos en sí y de que los destinos se convierten en víctimas. Como sabemos hoy que se interrelaciona el medio ambiente, es evidente que la tala de un bosque a centenares de kilómetros de un destino turístico, por ejemplo, puede afectar el régimen de lluvias de éste. Y todas las medidas que logre aplicar, no cambiarán ese hecho. Lo mismo sucede con el comportamiento de los animales marinos si cambia la salinidad o la orientación de las corrientes marinas, producto del deshielo polar. Y la lista de ejemplos continúa.

Igual, pero peor.

Si algo en común tienen los huracanes en el Caribe, los sargazos y el “acqua alta” de Venecia, es que no son hechos nuevos. Incluso en al menos dos de estos fenómenos se pueden encontrar y hallar referencias históricas a lo largo de los siglos. Pero la injerencia del cambio climático está cambiando estos fenómenos, les está dando una entidad y tamaño mucho mayor.

El huracán Dorian, por ejemplo, que impactó con nivel 5 en las Islas Ábaco y en la Gran Bahamas, este año, fue de los más poderosos y destructivos que vivió el país en su historia. Pero, además, las crónicas muestran que en la última década es más habitual que estos fenómenos climáticos lleguen a los topes de la lista de peligrosidad (la temida Categoría 5).

Venecia se inunda regularmente, se sabe y desde hace siglos. Sin embargo, en los últimos años la marea ha sido tan virulenta en su crecimiento que provocó que Italia desarrollara el proyecto Moisés para crear una serie de esclusas que contuvieran las crecidas de los ríos que alimentan la laguna de Venecia. La decisión de encarar semejante obra de infraestructura, cuestionada en su efectividad, muestra que el problema normalizado ganó en virulencia. Y pese a la presencia de este mecanismo hídrico, Venecia sufrió este año una de las peores y más persistentes inundaciones de su historia.

En el Caribe, las leyendas hablan del Mar de los Sargazos que inmovilizaba los barcos. Sin embargo, el fenómeno de la “invasión” de las playas del Caribe mexicano sí es inédito. De hecho, los científicos afirman que los sargazos (un alga flotante) llegados este año no son autóctonos del Caribe, sino que se formaron frente a las costas de África o Brasil y que los trajeron las mareas.

De hecho, ya en 2007, hace más de una década, la Organización Mundial del Turismo (OMT) lanzó la “Declaración de Davos”, en la que se reconoce esta dualidad como actividad contaminante y con impacto ambiental, pero a la vez como actividad duramente impactada por el cambio climático.

Una forma de medir y anticiparse.

Ahora bien, ¿hay forma de anticiparse?, ¿de evaluar riesgos?, ¿de prevenir esos impactos climáticos? La Facultad de Ciencias aplicadas al Turismo y la Población de la Universidad de Morón, Argentina, ha desarrollado un Programa de Estudio acerca de la relación del Cambio Climático con el Turismo. Según estos especialistas, en muchos casos los impactos aun no se verificaron en consecuencia se habla de cuestiones a futuro, por lo que más acertado que hablar de impacto es referirse al riesgo. “El IPCC (Intergovernamental Panel for Climate Change) diseñó un conjunto de modelos econométricos, en los cuales varían las dimensiones intervinientes. Por ejemplo, cual sería el riesgo si se continúa con el nivel de contaminación actual, si se disminuye la contaminación, etc. Existen otras mediciones desde los estudios sociales denominado Teoría Social del Riesgo, en la cual, las amenazas son exógenas y no son controlables, la vulnerabilidad es endógena y debería ser controlable por las sociedades”.

A mayor vulnerabilidad social, mayor es el riesgo de que se produzca un desastre en el futuro”, indican desde la Universidad de Morón. “Nosotros estudiamos el Riesgo de Desastres en Destinos Turísticos en el contexto del Cambio Climático. Analizando la relación entre las amenazas que se dan históricamente en el lugar del destino, con la vulnerabilidad social de la población expuesta; estudiando el porcentaje de población pobre, el crecimiento de la población, la densidad de la población, el crecimiento urbano y la aptitud del territorio turístico (medido en la concentración territorial de los bienes y servicios turísticos). De la misma población se estudian sus características socioeconómicas, entre ellas el empleo, el desempleo, la desigualdad, el índice de pobreza humana. En esta dimensión está el indicador turístico: la dependencia económica de la actividad, porque en esos sitios, el Riesgo es mayor”.

Indican desde el programa que si se piensa al “destino como un producto turístico, al cual se lo analiza por los ciclos de vida, tenemos que un producto muy maduro con gran concentración en el territorio de los bienes y servicios, con una población dependiente económicamente del turismo, son situaciones que hacen al destino muy vulnerable frente a las amenazas climáticas”.

¿Cómo funciona la evaluación?

Explicaron en la Universidad de Morón que el sistema de evaluación que maneja toma en consideración cuatro índices: “el de Déficit de Desastre (IDD) que busca reflejar el riesgo de un país en términos macroeconómicos y financieros ante la probabilidad de ocurrencia de una catástrofe, siendo sus efectos subsanados con la capacidad financiera con la que cuente el país, y evaluando el impacto ante la exposición; el de Desastre Local: que considera riesgos generados por eventos climáticos que afectan al territorio a nivel local en forma crónica; el de Vulnerabilidad Prevalente (IVP), que refiere a la vulnerabilidad socioeconómica y a la falta de resiliencia social de las comunidades; y el de Gestión de Riesgo (IGR), que mide el desempeño de la gestión de riesgos (ya sea nacional o local) refleja su organización, capacidad, desarrollo y acción institucional para reducir la vulnerabilidad, reducir las pérdidas, prepararse para responder en caso de crisis y de recuperarse con eficiencia.

El impacto de la actividad

Por estos días, se celebra en Madrid, una nueva edición de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25) donde se escucharon voces que plantearon la amenaza del fenómeno global sobre la actividad. En ese contexto se afirmó que la huella de carbono que genera el sector se traduce en un 8% del total de gases emitidos en 2017. Ese mismo año, el turismo representó un 10% del PBI Mundial y creció, como actividad, un 50% más rápido que el promedio de la Economía. En ese sentido, el director de Desarrollo Sostenible de la Organización Mundial del Turismo (OMT), Dirk Glaesser, reveló que “las emisiones que genera el transporte turístico en el medio ambiente constituyen el 5% del total mundial”. “Las previsiones para 2030 estiman que habrá 35.600 millones de visitantes que realizarán viajes cortos. En ese contexto, la actividad turística llegará a representar el 11,5% del PIB mundial, lo que se traduciría en que el 21% de las emisiones contaminantes serían producidas por el transporte turístico”.

El mapa del riesgo

En el marco de la convención de la ONU se presentó el mapa del riesgo climático. Por lo que puede verse, la mayoría de la región enfrenta un riesgo moderado. Que se vuelve medio en el caso de tres países andinos: Bolivia, Perú y Colombia. Más riesgo aún corren Honduras y El Salvador. Y de hecho, el Top Ten, consagra a tres países latinoamericanos: Puerto Rico, Nicaragua y Dominica.

El compromiso de la aviación comercial

Por estos días adquirió relevancia un movimiento que plantea la no utilización de los aviones para tramos cortos, para reducir el impacto ambiental. Curiosamente, desde hace diez años las compañías aéreas vienen avanzando en el sentido de sustituir el combustible de origen fósil (el JP1) por otro de origen sustentable. De hecho, en 2008 se hizo un solo vuelo utilizando biocombustibles, el año pasado esa misma cifra trepó a 100 mil, y el objetivo para 2020 es llegar al millón de vuelos. La variedad de diésel “naturales” ha incluido el reprocesamiento de basura, la reutilización de aceite de cocina convencional y el desarrollado a partir de determinados vegetales que no compiten con la producción agrícola ni tienen hoy un aprovechamiento (la jatrofa, por ejemplo). Según la IATA, el objetivo es que todo el crecimiento registrado desde 2020 sea neutral en términos de emisiones de carbono a corto plazo, y para 2050, la aviación comercial debería reducir sus emisiones a niveles de 2005.

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